El trabajo social es una de las disciplinas que en nuestra entidad siempre ha estado presente de un modo u otro. En el primer modelo de intervención ocupaba un lugar relevante pues tenía la responsabilidad de vertebrar la intervención.
Una serie de circunstancias, bien coyunturales, bien estructurales, han hecho que esta función pudiera ejecutarse con un cierto de grado de complejidad, condicionando relativamente su implementación.
El programa ha tenido dos nomenclaturas a lo largo de su recorrido en la entidad; en un primer momento se denominó programa de acompañamiento, y en un segundo de trabajo social. La cuestión de las denominaciones tiene cierta relevancia a la hora de comprender el desarrollo profesional.
El desarrollo del trabajo social se ha visto en relación con dos elementos importantes; por un lado con el resto de las disciplinas de la Entidad y por otro lado con los financiadores y/o colaboradores que de algún modo tienen influencia sobre el desempeño de nuestra profesión.
Básicamente lo que hemos estado haciendo ha sido trabajo social con personas o núcleos familiares, lo que académicamente se conoce como “trabajo social de caso” o trabajo social individual. Pero la realidad actual nos ha hecho orientar nuestra labor empezando a incorporar la dimensión grupal y comunitaria en el ejercicio de la profesión.
En Redes podemos afirmar que, desde el trabajo social individual o familiar, tratamos de acompañar a las personas en y desde su momento vital, en su proceso y apoyando la consecución de aquellos objetivos que promuevan la mejora de su situación. En este último momento, buscamos también la mejora del contexto, e incluso de nosotras mismas como profesionales.